jueves, 19 de enero de 2012

“La primera infancia”

- Fue como si de pronto una melancolía lo invadiera, sus ojos se cristalizaron, pero no lloró. No salía ninguna lágrima de su cansada mirada.
Suspiró profundo y su mano volvió a apoyarse sobre el papel compulsivamente a las 00:02 horas.
Su muñeca se movía ágil surcando la inmensidad del blanco de la hoja.
Entre la penumbra en que escribía, sólo podía llegarle la tenue luz de la luna menguante por la ventana.
Estaba ido, no pensaba en nada más que no fuera lo que estaba en su propia cabeza, se olvidó por completo del exterior.
Y siguió escribiendo:

Desde que era un niño empecé a desear alejarme de la sociedad, porque ellos sólo querían decirme cómo debían ser las cosas, insertarme su verdad, imponérmela y yo jamás quise aceptar las cosas hasta que yo mismo las comprobara.
Debo haber sido un dolor en el trasero para mi padre, que era un señor dueño de la verdad, muy correcto, y de esas personas que no hace nada que no sea seguro.
Arriesgar se convirtió en una forma de vida para mí, no tenía miedo a perder, porque siempre supe que todo lo que necesitaba lo llevaba siempre conmigo. Ese era mi espíritu y mi voluntad. Todo lo sencillo.
Me gustaba apostar, tomar desafíos. Porque siempre he pensado que la vida se trata de un montón de fallos y apenas unos pocos aciertos. Aprendí más de mi error más pequeño, que de mi victoria más grande.
Pero la gente es tan exitista, se han convertido todos en una cultura podrida en la que todos quieren ser el escalón más alto, todos quieren ser exitosos, y lograrlo es la mayor meta de la vida de una persona.
Me revienta el estómago ver a padres exigiendo a sus hijos ser los mejores, retarlos cuando fallan, y educarlos pensando que si ganan serán buenos, y si pierden no llegaran a ningún sitio. ¡Menudos tarados!
Siempre preferí ser bueno que ser exitoso, aunque mi padre siempre quiso que fuera el mejor. Él iba siempre a mis partidos, con total emoción, con muchas expectativas, porque desde pequeño me había inscrito en un equipo de fútbol local, y mi entrenador decía que tenía calidad para jugar a clase mundial. A mí no me importaba, lo hacia porque me divertía.
Dejó de gustarme el fútbol cuando ganar se convirtió en lo más importante.
Llegué a odiar escuchar a esa gente gritando por mí cuando anotaba un gol. De hecho las últimas anotaciones que hice en un partido, no las grité, mientras, al contrario de mí, en las tribunas un montón de monos se meneaban y saltaban alegres, eufóricos y desenfrenados por derrotar al archirival en el clásico de la ciudad.
Nunca comprendí ese odio entre los equipos. Yo les amaba, porque sin ellos no podía jugar, se necesita un rival, no un enemigo.
Por eso dejé el fútbol. Aunque papá no me habló por más de un mes a causa de eso. Después de dos semanas me dejó de importar.
Mi madre era diferente, en verdad me gustaba estar con ella. Ella era artista y yo amaba que lo fuera.
A veces pienso que si toda la gente fuera como mamá, el mundo no sería tan malo....



Ya viene el libro...